Temprano comenzamos los preparativos para partir a Beijing, en lo que sería la mayor incertidumbre de este viaje.
Incertidumbre porque sería un poco más difícil navegar la ciudad, debido a que servicios como GoogleMaps no funcionan muy bien en China, dado lo cerrado que es el país. A esto se sumaba la dificultad para obtener mapas offline de la ciudad que no estuvieran en chino. A eso además había que sumarle el hecho que el gobierno controla los sitios a los cuales puedes acceder por internet, por lo que había que usar una VPN, la cual no estaríamos completamente seguros que funcionaría hasta que no estuviéramos allá (y cuando ha fuera demasiado tarde para solucionar algún problema). Todo eso hacía que desde afuera China se viera bastante más problemático para el turista que otras partes.
No obstante, como somos turistas aplicados habíamos hecho nuestra tarea e íbamos preparados, sabíamos lo que teníamos que hacer.
Así que partimos viajando lo indecible para ir de Kioto a Osaka, y finalmente al Kansai International Airport.
Lo primero que me impresionó al llegar allá fue el tamaño del aeropuerto, la cantidad de personas que habían y el gran caos de gente haciendo el check-in. Yo pensaba que el aeropuerto de Santiago en un mal día podía ser caótico, pero Kansai era más caótico que desfile de cojos.
Lo que segundo que me impresionó fueron los pasajeros chinos, en lo que se convertiría en un presagio de nuestra estadía en China.
Partamos por decir que “permiso, me deja pasar” no está entre las expresiones que usa el chino común y corriente, más bien llegan y se meten, empujandote si es necesario.
Además los tipos estaban vueltos locos en las tiendas del duty free. Todas estaban literalmente llenas de turistas chinos comprando todo lo que se puedan imaginar.
En serio.
Tan dantesca sería la escena que parecía como si hubiera Black Friday en el aeropuerto, sólo que era solo para chinos, algo así como un Yellow Sunday.
El vuelo mismo no tuvo nada del otro mundo, con excepción de los últimos 30 minutos. En ese momento tuvimos un buen rato de turbulencias, lo que descompuso a una niña que iba al lado nuestro, la que sacó y preparó la bolsita para vomitar. Mientras eso pasaba, nosotros cruzábamos los dedos para que no tuviera que usar la bolsita al lado nuestro.
Finalmente llegamos a Beijing y después de pasar un montón de controles fronterizos entramos al país.
Y ahí vino la tercera sorpresa del día: hay que pasar un detector de metales para tomar el tren para salir del aeropuerto.
Así tal cual querido lector. Acá no sólo hay que pasar por un detector de metales para subirse al avión, también hay que hacerlo al bajarse. En el futuro aprenderíamos que ese es el procedimiento estándar para tomar un tren, pero eso será tela para otra camisa.
Después de todo esto solo podía decir: chinos!!!