Cómo lo mencioné antes, Kuta no era prioridad dentro de los lugares que esperábamos conocer o en los que queríamos estar.
Sin embargo, irse de Gili Meno directo al aeropuerto resultaba un poco complejo y ciertamente arriesgado, puesto que los horarios de los barcos no son para nada precisos.
En virtud de eso y de experiencias anteriores, que a gritos nos sugerían irnos a la segura, decidimos hacer una parada técnica en Kuta nuevamente, antes de tomar el vuelo a nuestro siguiente destino.
Más Vivaldi y menos Pavarotti, dicen por ahí.
Ahí partimos temprano como siempre con el desayuno de Gili Meno: omelette, panqueques y café, más occidental de lo que uno esperaría, pero agradecido en el alma por eso. Vale hacer notar que a esta altura la comida balinesa ya nos tenía aburridos, porque si hay algo que se come en Bali es arroz frito. A toda hora.
La cosa es que después de tomar desayuno partimos al barco. Dos horas después no estábamos bajando en Padangbai para subirnos a un bus. Una hora después nos estábamos bajando del bus para subirnos a una ban y después de una hora más estábamos al fin llegando a Kuta.
El costo de esa travesía había sido alto y a la llegada solo pensábamos en el almuerzo y descansar un poco.
Más tarde saldríamos a caminar, sólo para corroborar que en Kuta había poco que los atrajera, más allá de tomarse una cerveza o pasar la tarde en la playa.
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