Este viaje fue una mini historia de terror con final feliz. El resumen es que nos atrasaron un vuelo y de ahí en adelante todo fue una mezcla de incertidumbre, sueño, resignación y hambre.
Todo partió después de pasar la última tarde en Hong Kong. Estábamos listos para partir a Bali, tomamos nuestras mochilas y partimos al aeropuerto sin saber las vicisitudes que nos tenía preparada la suerte.
Llegamos muy campantes al aeropuerto para enteramos nuestro vuelo había sido atrasado.
Reflauta.
Ahora partía dentro de 5 horas más, o sea teníamos 4 horas y media que rellenar antes de poder subirnos al avión. Estábamos atrapados en el aeropuerto sin escapatoria. La aerolínea nos había dado un par de vouchers como “compensación” por el retraso, pero en la práctica eran más inútiles que cenicero de moto.
Después de recorrer medio aeropuerto buscando alguien que estuviera dispuesto a recibir los vouchers, logramos cambiarlos por lo único que podíamos: 18 gyosas.
Para nuestra alegría, en aeropuerto de Hong Kong estaba mejor preparado para quedarse atrapado que cualquier otro que conozca: tenía sillas cómodas que permitían dormir, dispensador de agua caliente, cargador de celulares y era súper limpio.
Cuando al fin logramos subirnos al avión fue un pequeño triunfo, el cual sólo daría paso al hastío al tener que hacer una conexión en Kuala Lumpur, lejos uno de los aeropuertos más charchas en de los que he estado.
Prácticamente todo era incómodo, las sillas, los baños, todo. La distribución de la cosas (tiendas, baños, etc.) era rarísima, había que pasar por 2 detectores de metales y fluoroscopio para las maletas y para entrar a la zona de espera había que pasar por otro control, aunque solo de pasaporte.
Después se infinitas horas se viaje llegamos a Bali, agotados y destruidos.
PS: este post no tiene fotos para no exhibir el deplorable estado en el que llegamos.