Dado que el día anterior habíamos tenido un día relajado y como nos debemos a nuestra fama de duros de matar del turisteo, hoy necesariamente teníamos que hacer una maratón de turisteo.
No podía ser de otra manera.
Ahí figurábamos temprano en la mañana calándonos nuestros zapatos todo terreno, vistiéndonos con nuestra ropa de combate y poniéndonos nuestra pintura de guerra.
Listos para la acción.
Partimos el día en el Castillo Nijo, construcción de la era Edo (época feudal en Japón, por decirlo brevemente). La gracia de este lugar es que acá se decidieron asuntos importantes en la historia de Japón (que llevaron a la unificación de la nación) y lo otro interesante es que es un castillo. Los castillos siempre son interesantes.
El castillo en sí mismo es bien impresionante, grande, lleno de pinturas en las paredes que evocan distintos paisajes de Japón o con distintos simbolismos. Por ejemplo, la habitación donde el Shogun recibía a los extranjeros esta pintada con tigres para amedrentar e inducir miedo en los posibles enemigos.
Al asunto de las pinturas hay que agregar que la construcción es de estilo tradicional japonés, lo que automáticamente la hace súper atractiva y hasta cierto punto cautivadora.
El exterior del castillo está rodeado de un espléndido jardín japonés de grandes dimensiones. Según recuerdo, este castillo era del Shogun que logró la unificación de Japón, luego de esto y la desaparición del shogunato, el emperador de Japón se trasladó ahí y mandó construir ese jardín. Una cosa poca, así como para tener un lugar donde estirar las piernas.
Por fuera, todo el terreno está cercado por gigantescas paredes algo inclinadas y luego por un foso lleno de agua, configurando la primera línea de defensa del castillo. Cuando lo vi no pude evitar imaginarme lo que era ser un enemigo del Shogun y estar ante esa imponente estructura.
Este castillo es definitivamente un imperdible se Kioto.
Después de ese momento de conexión con la historia de Japón partimos raudos como gacela a Gion, barrio de geishas, restaurantes y entrenamiento, donde es fácil toparse con gente andando en kimonos y getas (las chalitas de madera tradicionales).
Este barrio resultó súper atractivo de visitar, lleno de pequeños callejones con restaurantes pequeñitos o tiendas de diversos productos, en los que de cuando en cuando te cruzabas con gente en kimono.
Por último y para cerrar un día intenso, nos fuimos a Fushimi Inari a sacar todo nuestro lado de John McClane. Por qué se preguntará usted, le cuento.
Fushimi Inari (o también Fushimi Inari-taisha) es un templo y santuario dedicado a Inari, deidad del arroz, los negocios y el éxito en general.
El templo está ubicado en un cerro y está compuesto por una construcción principal, donde se practica el culto a Inari, y una serie de arcos o torii, ubicados en un sendero que se extiende hasta la cumbre del cerro y de vuelta. Por esto también se le conoce como el templo de los mil arcos.
La gracia es ir al templo y recorrer el sendero de los arcos que va hasta la cima del cerro y toma algo así como unas 2 horas en ser recorrido…así que fuimos y por supuesto que hicimos todo el recorrido, de base y a cumbre y de vuelta.
Ve por qué somos los dueños de matar del turisteo?
En el camino nos topamos con varios desertores, ya que por momentos la ruta se volvía un poco intensa y el estado físico le pasaba la cuenta a algunos.
Según cuenta la tradición, los arcos del templo han sido “donados” por empresarios y comerciantes exitosos de todo Japón, en forma de agradecimiento por el éxito alcanzado.
Esperamos haber caído en la gracia de Inari y que nos acompañe en este periplo.
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