Al poco rato de estar en Kioto uno puede notar que es bastante distinta a Tokio.
Probablemente lo más notorio está en el ritmo de Kioto, mucho más reposado, alejado de la locura y frenesí de la capital. Y es que incluso los barrios céntricos, donde existe mucho movimiento, parecieran carecer del desenfreno salvaje y el delirio imparable de Tokio.
Estar en Kioto después de haber estado en Tokio se sentía como la mañana siguiente a una noche de juerga, donde la calma y paz de tu cama te hacen darte cuenta de la locura de la noche anterior.
En ese fulgor de calma partimos a conocer los alrededores de la Estación de Kioto. En este punto vale la pena hacer notar que para los japoneses el tren es la mitad de sus vidas. Así como en Chile la micro es el transporte público por defecto, en Japón ese lugar lo ocupa los trenes, sean subterráneos o de superficie.
La Estación de Kioto es la principal estación de la ciudad, donde confluyen prácticamente todas las líneas de tren de Kioto. Entorno a la estación existe un vasto universo de tiendas y vida que con un poquito de tiempo puede ser explorado por el turista intrépido.
Ahí es donde entramos nosotros.
Alrededor de la estación hay varios templos dignos de visitar (en realidad Japón está lleno de templos por todos lados). Nosotros partimos llendo a Higashi Honganji, un templo budista a un par de cuadras de la estación y uno de los templos budistas más grandes de la ciudad. Luego fuimos a Nishi Honganji, otro templo budista, formado por varias contrucciones y que, según nos dijeron, era de alta importancia histórica.
Para cerrar el día estuvimos en el Parque Umekoji, donde pudimos descansar y recuperar fuerzas para cerrar el día.
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