[LVM] Día 142 al 144 – Barcelona

Para ser sincero, yo no le tenía mucha fe a Barcelona, pero alegremente resulté estar equivocado.

Toda la vida los comentarios que había escuchado sobre Barcelona eran casi exclusivamente relativos a fiestas y bares, y sinceramente a está altura de la vida no me resultaba particularmente interesante conocer un lugar sólo por esos motivos. En consecuencia, tenía mis aprensiones al respecto.

Sin embargo, la ciudad demostró ser mucho más que fiestas y que atractivos le sobran.

Uno de los hitos que probablemente marca cualquier visita a Barcelona es apreciar el trabajo de Antoni Gaudí. Si el excelentísimo se está preguntando “y ese quien es?”, le cuento que fue un arquitecto, considerado el mayor exponente del modernismo catalán y cuyas huellas están plasmadas por toda la ciudad. Cuando andas de turista por Barcelona, más temprano que tarde aparece Gaudí como un punto de interés. Ya sea por la Casa Batlló, la Casa Milá, el Parque Guell o la Sagrada Familia (oficialmente Templo Expiatorio de la Sagrada Familia), es imposible turistear en la capital catalana sin saber de Gaudí y su obra.

El barrio gótico fue una de las zonas que me pareció más interesante. Este sector es una suerte de laberinto de adoquines, formado por callecitas oscuras y angostas, flanqueadas por pequeños edificios de departamentos, cuyas ventanas quedan tan cerca que parece que podrías cruzar de un lado al otro. De cuando en cuando las calles se abren para dar cabida a una plaza, una iglesia o una calle de mayores dimensiones donde el encierro parece tomarse un descanso. Es curioso como este sector se mimetiza con el resto de la ciudad, de un momento a otro pasas de ir caminando por una calle amplia y verde a estar confinado en la estrechez de sus calles.

Sin embargo, creo que a pesar de tener un montón de atractivos, tal vez lo más agradable de Barcelona era sencillamente caminar por las calles flanqueadas por altos árboles y sentarse de vez en cuando a disfrutar de como pasaba el tiempo. Al igual que en Madrid, en Barcelona el sol pegaba como los campeones. No obstante, el viento costero se encargaba eficientemente de refrescar las cosas y humedecer un poquito el aire, lo suficiente como para que el calor se volviera tolerable y la ciudad fuera perceptiblemente más verde que Madrid. Este pequeño detalle hacía que caminar por el centro de Barcelona resultara mucho más agradable que hacerlo por el centro de Madrid.

La verdad es que después de haber llegado sin mucha fe, me fui con la certeza de que no tendría reparos en volver a Barcelona.

PS: por esas cosas de la vida nos tocó pasar el 18 en Barcelona. Gracias a que siempre hay un chileno en todas partes, pudimos tener un pedacito de Chile y una pequeña celebración comiendo una empanada en la Brasería Carniball.

 

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