[LVM] Día 116 al 119 – Berlín

Berlín es una ciudad gigantesca y altamente multicultural. Acá sin problemas puedes viajar 45 minutos en el metro sin estar ni siquiera cerca de llegar a la afueras de la ciudad.

Grande.

O más bien extensa diría yo, porque si bien la ciudad cubre un vasto territorio, la población no es muy alta, solo 3.7 millones de personas. Para ponerlo en perspectiva, Santiago tiene cerca de 6.5 millones de habitantes y tiene 2 tercios del área que tiene Berlín.

Berlín es una mezcla extraña de muchas cosas. Se entrelazan culpa y magnificencia, capacidad de no olvidar sus errores ni tampoco su grandeza, arrepentimiento y dolor, aceptación y convivencia.

Hasta el ahora, en cada ciudad que hemos visitado en Europa tarde o temprano aparece la guerra como un tema. Tarde o temprano el turismo se cruza con la historia y esta te habla de la destrucción y el horror. Tarde o temprano los monumentos te hablan de la sangre derramada, el dolor causado y las vidas perdidas.

En la mayoría de las ciudades esto era algo puntual, un único monumento, un museo, una plaza. Esto hacía que el horror del pasado fuera sólo un recuerdo, sólo el reconocimiento de lo vivido o la aceptación de una eventual responsabilidad.

En Berlín era muy diferente.

Partamos por aceptar que sin duda alguna Berlín fue el origen y epicentro del horror de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, es normal esperar que en Berlín los elementos recordando la guerra lo hagan desde una perspectiva apologética.

Y eso es.

Berlín exuda culpa en cada rincón. Es casi imposible caminar una cuadra por el centro de la ciudad sin encontrar un monumento en recuerdo de las víctimas de los nazis. Monumentos en recuerdo de los judíos exterminados, de los homosexuales exterminados, de los comunistas, de los gitanos, de los enfermeros, de los discapacitados, de los rusos caídos, de la resistencia, y así podría seguir. Todos y cada uno de los grupos son recordados con el debido respeto y la debida condena a sus propios actos. Berlín no olvida ni oculta su responsabilidad. De frente aceptan su pasado para no repetir sus errores en el futuro.

Resulta entonces extraña la convivencia de ese pasado oscuro de nazis y campos de concentración con otro igual de oscuro, pero esta vez de un país dividido por un muro, de familias separadas y de personas acribilladas tratando de volver a casa. En el fondo, relatos de una ciudad aceptando su culpa y contando su desgracia.

Una suerte de vuelta de carnero del destino.

Y se siente como un gancho directo en la ironía el hecho que Berlín, capital de un país que muchas personas asocian automáticamente con racismo, es una de las ciudades más cosmopolitas en las que hemos estado. Guardando las diferencias, nos resultó muy parecido a Nueva York: cientos de personas de todos los colores, religiones, tipos, formas y orientaciones hacen sus vidas con normalidad y sin conflicto. Incluso me aventuraría a afirmar que hay menos problemas de convivencia en Berlín que en Nueva York.

Tan marcada por la guerra está la ciudad que otros atractivos históricos casi pasan a segundo plano. Aún así, puntos como La Puerta de Brandeburgo, Tiergarten y el Edificio del Reichstag son un imperdible.

 

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