Mientras estábamos en Chiang Mai hicimos un paréntesis para visitar Pai, un pueblito que quedaba a unas 3 horas entre las montañas que rodeaban la ciudad.
En general los turistas coinciden en que la gracia de Pai es visitar los alrededores, puesto que el pueblo está inmerso en una agradable zona montañosa, muy verde y plagada de pequeñas cascadas, miradores y rutas de caminata. La otra gracia de este pueblito era precisamente ser un pueblito, donde todo se movía más bien en cámara lenta.
Sin embrago, como nada es gratis en la vida, para llegar a Pai primero había que aguantar el viaje desde Chiang Mai sin vomitar en el camino.
En serio.
El tramo Chiang Mai-Pai era infame por enfermar a los turistas, produciendo todo tipo de reacciones adversas. Esto se producía por 2 motivos: primero estaba la carretera que unía ambas ciudades, la que tenía más vueltas que explicación de curao; y segundo estaban los conductores que te llevaban de un lado a otro, los que no tenían problemas con acelerar y frenar todo lo que fuera necesario para hacer el camino en el menor tiempo posible. En general, el viaje en transporte público tomaba unas 4 a 5 horas, mientras que en Van tomaba 2 horas y 30 minutos. La mezcla de la carretera y la velocidad hacía del viaje entre ambas ciudades una montaña rusa, la que a la larga terminaba por darle náuseas a los turistas con mala suerte. Para que se hagan una idea, los asientos de la Van tenían bolsitas para vomitar de emergencia.
No obstante, sus viajeros regalones habían investigado sobre esta situación y estaban preparados: desayuno liviano, pastillas para las náuseas y voilà, llegamos frescos como lechuga.
Toma eso camino del terror!
Una vez en Pai, dejamos nuestros bultos en el hostal, arrendamos una moto y salimos a recorrer los alrededores. Tan sólo recorrer los caminos que rodeaban el pueblo ya era agradable: una vasta y verde existencia que se extendía hasta el horizonte, cubriendo cada resquicio en el que un par ojos pudieran detenerse.
Después de algunos minutos de moto y muchas curvas llegamos a una cascada. Pasamos la tarde ahí y volvimos a nuestro hostal justo a tiempo para capear parcialmente una tormenta que se había desatado de la nada. Llegamos un poco mojados, pero no mucho. Un par de horas después la tormenta se había ido tal cual llegó y la noche había caído sobre Pai, trayendo consigo un mercado nocturno.
Demás está decir que lo mejor de Tailandia son los mercados nocturnos: muchas opciones de comida local, dulces, jugos y más, todo por módicos precios. El de Pai era cortito (acorde al tamaño de pueblo), pero entrete y con una sorprendente variedad de cosas para comer: sushi, hamburguesas, panqueques, fruta, pad thai, gyosas y brochetas, entre otros.
A la mañana siguiente partimos raudos en moto para seguir recorriendo los alrededores. Estábamos felices en eso, habíamos visitado el Cañón Pai, un mirador y estábamos volviendo de una cascada cuando se puso a llover. Mientras íbamos en moto bajo la lluvia no podía evitar acordarme del episodio de MythBusters donde trataban de determinar si era mejor correr o caminar para mojarse menos cuando te agarraba una lluvia de imprevisto.
Cinco minutos después de encontrarnos con la lluvia, estábamos refugiados bajo el techo de un negocio que encontramos en el camino, mojados hasta el hueso. Se los resumo diciendo que cuando nos bajamos de la moto me saque las zapatillas y estrujé mis calcetines, los que botaron agua como si recién los hubiera sacado del agua.
Unos veinte minutos más tarde la lluvia había menguado lo suficientemente como para subirnos a la moto y volver a Pai para tomar la Van de vuelta a Chiang Mai.