[LVM] Día 54 al 57 – Patong Beach

Patong Beach es un lugar extraño. Es como una ciudad en constante resaca de la noche anterior.

Cuando pensamos en ir a Patong fue más que nada porque leímos que tenía una vida nocturna muy viva y era una playa entretenida.

Sonaba bien.

Sin embargo, en nuestra experiencia Patong es casi exclusivamente vida nocturna. Durante el día hay muy poco o nada que hacer, salvo ir a la playa, tomar algún tour que te saque de Patong y te lleve a otro lado, o bien pasarse el día tomando en un bar (lo que no era raro acá).

En el día podías encontrar tiendas de chichuras y restaurantes para almorzar una colación, pero la verdad es que la ciudad era bastante menos interesante que durante la noche.

La playa de Patong no tenía nada particularmente atractivo: la arena no era suave; casi no había donde refugiarse del sol, excepto algunas zonas donde la arena se transformaba en grava; el agua no era especialmente limpia, ni tampoco lo era la arena. Tal vez los únicos puntos interesantes en la playa eran los numerosos restaurantes al lado de la arena y las tiendas de deportes acuáticos. Los primeros lamentablemente sólo eran copiar/pegar del mismo restante una y otra vez, el que ni siquiera era muy bueno. Las tiendas de deportes acuáticos arrendaban motos de agua o paseos en paracaídas tirados por una lancha, pero sino te interesaba eso no había mucho más que tirarse al sol.

Con la noche llegaba la vida.

Y es que de noche aparecían varios mercados nocturnos de comida, varios restaurantes abrían desde las 6 PM en adelante y los bares cobran un inesperado colorido, al mismo tiempo que Bangla Road (centro de la vida nocturna) adquiriría ribetes sorprendentes, a veces insólitos y por momentos algo sórdidos.

Sin conocer el distrito rojo de Bangkok y con apenas una semana en Tailandia, la noche en Bangla Road parecía encarnar todos los estereotipos y perjuicios que las películas te hacen creer sobre el país: alcohol, drogas y sexo, mezclado con turistas de todo tipo, desde familias con niños que pasaban caminando a gente joven yéndose de fiesta.

Que no se mal entienda, no es que la calle fuera una bacanal gigante.

El centro de la fiesta eran principalmente bares donde solo se servía alcohol, sin comida, o sea tu sólo podías ir a tomar a esos lugares porque no tenían cocina. En esto había todo tipo de bares: comunes y corrientes, con chicas bailando en sobre la barra en faldita, con música a un volumen infernal, con ambientación estrafalaria, bares de deportes y un largo etcétera.

En la calle misma te encontrabas con gente de los bares que te ofrecían insistentemente cervezas “baratas”. A eso se suma uno que otro vendedor ambulante ofreciendo juguetitos de luces y una que otra persona que aleatoriamente te ofrecía marihuana con la fugacidad de un pestañeo. Esto último me sorprendió particularmente porque en Tailandia el porte y tráfico de drogas es penado con la muerte, luego ofrecerle drogas a alguien que va pasando me sonaba como a jugar a la ruleta rusa.

A esto además se sumaba un gran número de personas ofreciendo shows de ping pong, en los que nadie juega ping-pong y que en realidad es un eufemismo usando para referirse a shows de lady-boys y shows de sexo en vivo.

Entre toda esa locura además aparecían pasajes llenos de carritos de comida cubriendo todos los gustos, pasando por fritanga de mariscos, brochetas de carne, distintas preparaciones de mariscos, mucha comida local y jugos de frutas, helados, postres típicos. En nuestra experiencia, los carritos de comida y los mercados de comida callejera eran lo mejor de la noche en Patong. La comida, jugos, frutas, todo una maravilla fuera de la imaginación.

Después de algunos días ahí, nos fuimos con la sensación de que comimos rico, pero no volveríamos a esta ciudad.

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