El primer día de motoqueo había sido un éxito, habíamos vuelto vivos e ilesos al hostal. Los siguientes dos días nos verían crecer en términos motoqueros hasta convertirnos en los herederos naturales de Carlo de Gavardo, los Chaleco López de Bali
Así partimos el segundo día en moto, yo al volante y Viviana dirigiendo la excursión mapa en mano: acá a la derecha, la siguiente a la izquierda, sigue derecho, acá a la izquierda, nooo! la otra izquierda!! (popularmente conocida como derecha), etc.
Íbamos como avión.
Partimos temprano enfilando el rumbo hacia Pura Taman Ayun (Templo del Bello Jardín). Este templo en efecto era un inmenso jardín con varias construcciones de oración y adoración, para que los habitantes de las localidades cercanas pudieran presentar sus respetos y rendir tributo a sus dioses.
Después continuamos en ruta a Tanah Lot, un templo ubicado a orillas del mar en una especie de isla o más bien algo así como un cerrito de piedra. Según dice la leyenda, por allá por el 1600 un monje hindú llamado Dang Hyang Nirartha pasó la noche en la pequeña isla y sintió que este era un lugar adecuado para honrar al Dios del mar. En consecuencia, se construyó un templo en la isla y en la actualidad es uno de los más importantes de Bali. En la práctica, Tanah Lot es algo así como el santuario de Santa Teresa de Los Andes, en versión balinés, tanto por significado para la población como en popularidad, porque el lugar estaba absolutamente repleto.
Llegar a ambos templos había requerido cerca de una hora andando en motoneta. Los dolores de espalda menguaban a medida que entrábamos en confianza con la moto y descubríamos la posición correcta para viajar.
Nuestro último día motoqueando fue el más exigente. El objetivo era Tirta Gangga, lugar que quedaba a horribles 62 kilómetros de nuestro hostal. En principio lo pensamos y bien cancheros dijimos “vamos, es andar en moto nomás”. En retrospectiva, un viaje así de largo en motoneta es algo que debería sopesarse con mayor diligencia porque resultó doloroso, incómodo y agotador.
La cosa es que partimos, como siempre temprano en la mañana. Íbamos preparados mentalmente y llevábamos colación para el camino. Los primeros 30 minutos fueron buenos, la moral estaba alta y nos movíamos con agilidad por las calles de Bali. La siguiente hora fue un declive sostenido en la calidad del viaje, marcado por la aparición de dolores en lugares nuevos y en algunos casos insospechados: manos, cintura y nalgas.
Después de hora y media de tortura llegamos. Tirta Gangga es un palacio con grandes jardines que incluyen varias piscinas, el cual en el pasado había sido utilizado por la familia real balinesa. La principal atracción es visitar dichos jardines, bañarse en las piscinas y alimentar a los peces.
Hacia el final del día empezamos la vuelta a casa, la cual no dejaría de ser desafiante, incluyendo algunas gotas de lluvia, cansancio, falta de combustible, la noche que se cernía sobre nosotros con rapidez y caminos sinuosos que subían y bajaban cerros.
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