Después de la locura de Mong Kok necesitábamos un panorama más tranquilo para volver a la normalidad, así que decidimos ir a ver el Tian Tan Buddha en la isla Lantau.
Tal como suena, el Tian Tan Buddha es una estatua de Buda, pero una grande, bien grande. Para que se hagan una idea, la estatua de bronce de 34 metros de alto, está ubicado en la cumbre de cerro Ngong Ping, cercano al templo budista Po Lin y es el Buda de bronce más alto del mundo (atentos récords que a nadie le importan).
Ahí llegamos felices en micro.
Una vez ahí, tan solo con bajarse del bus, te recibe la postal del Buda meditando en el cerro (+10 puntos). El lugar donde se detiene el bus es una amplia plaza de granito blanco, por la cual deambulan con libertad varias vacas sagradas. Esto hace que abajarse del bus no solo te reciba la postal de Buda, sino que también te reciba un notorio aroma a caca de vaca (-10 puntos).
Después de la aromática postal hay que caminar un poco y uno llega a una escalera que lleva al Buda, la que supuestamente es de 268 peldaños, pero yo solo pude contar 242.
Al día siguiente decidimos ir a conocer la Isla de Hong Kong. Estando en Hong Kong, la isla se siente como un ente omnipresente, un elemento ubicuo. Yo diría que la isla es como Roma, porque aparentemente todos los caminos llevaban a ella o todos querían ir para allá.
Estando en la isla, la sensación de “esto está muy lleno” se hacía presente con fuerza. Al mismo tiempo la impresionante avalancha de edificios que se erguían al cielo nos aplastaba.
No sé si sería el barrio donde anduvimos, pero por algún motivo nos topamos con un montón de musulmanes y con montones de mujeres usando un nicab o un chador.
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