A pesar de venir bajándonos del avión, de haber dormido poco y mal, y de tener un jetlag de 12 horas, nos hicimos los valientes y salimos a turistear igual nomás.
Ahí estabamos los Duro de Matar del turisteo preparándonos, cuando un minuto antes de salir conversamos con un pasajero gringo que nos comentó que ese fin de semana había un festival en Asakusa (barrio que nos quedaba al lado) y que según él tenía que ver con pasear gente en andas y tirarlos para arriba.
No sonaba muy interesante.
Igual el muchacho no supo decirnos donde era el festival, pero nos comentó que había visto gente en kimono caminando hacia allá, así que poéticamente nos sugirió just follow the kimonos.
Lamentablemente su descripción del festival tenía menos arrastre que escoba de trapo, así que decidimos seguir con nuestro plan original y partimos al Parque Ueno. Partimos cansados pero con ánimo, lo malo es que el ánimo duró menos que estornudo de gato, pero fue suficiente para sacarnos del hostal y obligarnos a hacer algo porque ya estábamos ahí.
Unos 10 minutos después llegamos. La verdad es difícil decir algo del parque que no sea que es bonito y super bien armado. Hay un par de museos, un templo, varias estatuas y memoriales, una fuente con aguas danzantes, mucho pasto y árboles, una laguna con botes para arrendar, flores y un Starbucks.
Mi primera impresión fue que acá amaban el Starbucks porque había una fila que fácilmente tendría unas 100 personas. Más adelante podríamos reafirmar esa idea, pero eso no viene al caso ahora.
Mi segunda impresión fue que todo estaba lleno, igual era sábado, así que pensé tal vez fuera por eso. Ahí entre todo el turisteo por el parque tuvimos nuestro primer encuentro del tercer tipo con Japón: pasamos por un puestito que había en el parque y compramos una porción de Yakisoba.
Buena la cuestión oye. En palabras del gran filósofo Gerardo: rico y suave.
Después de zamparnos el Yakisoba seguimos turisteando y descubrimos que el parque tenía 3 templos. Así que como buenos turistas partimos a tomarnos fotos en todos, qué más podíamos hacer?
A esas alturas las jarcias ya estaban tiritando porque venía un fuerte ventarrón y nosotros no confiábamos en nadie desde la proa al timón, así que mejor nos fuimos al hostal a descansar un poco antes de que el chilote marino terminara hundiéndose en Japón.
Después de 2 horas de reparador sueño despertamos por culpa del hambre. A esa altura ya no sabíamos si habíamos almorzado o no. Técnicamente habíamos comido en el avión, pero en una zona horaria diferente, así que no sé si había sido once, cena o almuerzo.
La cosa es que despertamos con hambre a eso de las 7.30 pm, así que salimos a buscar un supermercado. Estábamos en eso cuando vimos a una personas en kimono y pensamos “vamos al festival y ahí comemos algo”.
Cuál película de Wes Anderson, ahí figurábamos en Japón, en la calle, siguiendo a desconocidos vestidos con kimono para llegar a un festival…y lo mejor es que llegamos.
El mentado festival se llamaba Sanja Matsuri y consistía en que la gente de los distintos barrios de Asakusa salían a la calle a pasear las arcas y santos de sus templos.
Nada que ver con pasear o tirar gente para arriba.
Lo que más me llamó la atención era el sentido de unidad de barrio de los que participaban del festival. Era como que si usted saliera junto con todos los vecinos de su cuadra a pasear en andas las figuras de la capilla de su barrio, luego de lo cual se quedaba conversando y haciendo vida de vecinos.
Ahí, en pleno festival nos atropelló la alegría y no pudimos evitar comprar otro Yakisoba para comer como once.
Nos estábamos poniendo a tono con Japón a pasos agigantados.
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